jueves, junio 26, 2014

Identidad

No hay nada como ser tú mismo(a). No por lo que diga tu carnet de identidad, ni siquiera tu acta de nacimiento o tu diploma de graduación. Descubrir quién eres va más allá de los pergaminos de honores sociales o de los discursos que algunos usen para adularte.
Darle vueltas a este tema no es nuevo, pero lo retomé el sábado pasado, mientras conversaba con mi amigo diversionero, Yuan Fuei Liao. Durante una prédica habló sobre eso de ser auténtico, y de cómo muchas personas, muchos cristianos, están perdidos en las copias y se han olvidado de su identidad, de lo que los hace distintos. En ese instante hice una revisión rápida de mi vida y pensé en todas las veces en las que, quizás sin querer, actúe por imitación.
Por supuesto, nada nuevo hay bajo el sol, pero cuando pierdes tu esencia (hasta para orar) para imitar la de otra persona (ya sea porque la admiras, porque es popular, porque te gusta hasta cómo se ve), entonces, es una vergüenza y punto.
Aprovechando el receso, le hice saber que esa es una de las cualidades que más admiro de él: su autenticidad. Caí en lo de los halagos, pero es la verdad. Yuan es muy él en todo lo que hace. Hasta en su forma de orar, es increíblemente diferente.
Desde entonces no he podido sacar de mi mente eso de la autenticidad y lo asocié de inmediato a la identidad: no hay nada mejor que ser tu mismo(a). Esa es tu mejor identidad, tu mejor carta de presentación.
En eso, el martes me encontré con un escrito del padre Henri Newman que decía lo siguiente: "tu verdadera identidad es la de hijo de Dios. Esta es la identidad que debes aceptar. Una vez que la has sostenido y te has instalado en ella, puedes vivir en un mundo que te da tantas alegrías como dolores. Puedes recibir los elogios y también la culpa que te llega como una oportunidad de fortalecer tu identidad básica, porque la identidad que te libera está anclada mas allá de todo elogio y culpa humana. Perteneces a Dios, y como hijo de Dios se te ha enviado al mundo". 
Quedé de una pieza. Había encontrado la respuesta que tantas veces me había coqueteado en las narices y no me había dado cuenta. "Por eso Yuan es tan auténtico", me dije a mí misma. Vive con la plena consciencia de que es hijo (amado) de Dios. 
Pero las preguntas no han terminado. La audiencia de ayer del Papa me hizo descubrir algo más: que mi identidad tiene una relación directa a mi Iglesia, a que soy Iglesia, pertenezco a un Cuerpo. Que si mi nombre es "cristiana", mi apellido es "pertenezco a la Iglesia", como bien lo aclaraba el Santo Padre. Mi identidad la debo a muchos otros que: "han vivido la fe y luego nos la han transmitido". ¡Wao! Estoy tratando de ir poco a poco, porque es el momento en el que estoy frente al espejo y me doy cuenta de quién soy realmente. 
Si has llegado hasta aquí, es decir, leíste hasta aquí, mi deseo es que, quienquiera que seas, puedas descubrir al igual que yo quien eres, por qué y para qué existes. Quien sabe quién es puede salir a caminar no solo con la frente en alto, sino también con una sonrisa en el rostro.
¡Ah! Una cosa muy importante. Una vez descubras quién eres, no permitas que nada ni nadie te lo quite. Me despido con una frase del predicador José Cortorreal, con un ligerito cambio: "naciste original, no vivas como una copia".

martes, junio 24, 2014

Nuevos tiempos, nuevas fuerzas: más amor.


No hablemos de regresos. No es posible. Siempre que decido volver a escribir en el blog, siento que será un regreso. No me pidan que le ponga un nombre. Sencillamente sentía ganas de volver a escribir aquí. Ha pasado un año desde la última vez y he aprendido mucho desde entonces. Aprendo que en la vida es bueno desaprender (como aprendí de Yuan).

Aprendo y desaprendo. En esas estoy. Estoy leyendo un libro que me está ayudando bastante con esto. Lo escribió un monje de un país muy lejano que entre sus variados apostolados, está el de acompañante espiritual. Quiero y necesito más de Dios. Nuestros mayores problemas en la vida llegan cuando nos olvidamos de vivir como Dios quiere.

Yo creo que Dios quiere que escriba más... escribir me hace feliz. Escribir por aquí me hace feliz. Contar historias. Hilvanar las palabras y verlas todas juntas al final: qué maravilla. Vamos a ver. Se supone que son tiempos para mi. Aunque suene mal, eso de alimentar el egoísmo, aunque es más bien el amor propio. La vida nos toma por sorpresa y a fin de cuentas, hay que hacerlo.

Ahora siento como si Dios me espiara, esperando a que cumpla con esta nueva tarea que tiene para mi. Alimentar mi amor propio. Pero primero hay que desenmarañar unas cuántas cosas de mi vida. Estoy en el proceso. Si pueden, acompáñenme a orar.

Nos vemos pronto. Paz y bien.