sábado, enero 30, 2016

En sus marcas

Me quedé mirándolos por el retrovisor. Quería ver cuál de los tres ganaría la carrera. No fue el que alardeó sobre que esta vez no les daría ventaja. Ése parecía el mayor, no sólo porque era el más alto sino porque su rostro así lo delataba. 

Tampoco fue el más pequeño de tamaño. Esa sí que fue mi sorpresa. Cuando salieron corriendo avispados, se quedó atrás y por poco se da por vencido. Pero algo hizo que rápidamente se repusiera del llanto que se avistaba y corrió tan rápido, que alcanzó hasta aventajársele al presumido y casi casi le toca los talones al mediano del grupo, el vencedor, que salió disparado con una sonrisa en el rostro, como si alguien le hubiera adivinado el futuro, diciéndole que iba a ganar... 

Los miré detenidamente a los tres hasta que, despertando del letargo, recordé que tenía que entrar el vehículo en la marquesina, que me aguardaba con las puertas abiertas. Lo encendí y me quedé pensativa unos cuantos segundos más, mientras seguía mirando a los pequeños por el retrovisor. Allí supe de inmediato como titularía la historia. 

Así fue como aprendí la lección: el triunfo es para los que salen adelante con una sonrisa; para los que no se dan por vencidos a pesar de tener todo en su contra; es para los que saben que sus debilidades pueden ser su mayor fortaleza. Es para los que se atreven a soñar. 

Esos tres pequeños, descalzos, me mostraron a Jesús. Y yo me sentí tan inmerecidamente feliz que no pude contener las lágrimas. 

jueves, enero 14, 2016

265 palabras

Mi preludio será breve. Hoy me dio por escuchar a Julio Cortázar leer sus poemas. Cuando salieron de sus labios las primeras palabras, mi rostro se frunció como la primera vez que oí su voz. 

Todavía no puedo definirla (su voz) pero sí lo que me ocasionó: me sorprendí y me desagradó. ¡Ambas cosas a la vez! Si, fue una sorpresa desagradable. Me pareció horrorosa (no puedo evitar reírme mientras escribo esto) pero solo durante los primeros 30 segundos. Luego, el francés que me parecía pronunciarse estropajoso con aquella ronquera, me resultó encantador. 

Por favor, no me juzguen, que Dios sabe que no quiero ser cruel y los que me conocen bien, saben que amo a Cortázar. ¡Es solo que no me esperaba esa voz! La verdad es que no sé que voz esperaba. Había dibujado tanto sus palabras en mi mente que sin tenerlo planeado le había coloreado su voz, con los colores de mi pequeña imaginación. 

Salí del shock y fui directo a la fascinación. Estuve días escuchando y viendo sus entrevistas. Mirando sus gestos detenidamente. A veces sostenía un cigarrillo que parecía olvidar entre sus dedos mientras hablaba. Sus ojos saltones, tan extraños, que miraban fijo y relajado a su interlocutor...

Dije que sería breve así que otro día me dedicaré a las descripciones. 

Entonces, hoy, mientras me reponía de una de mis "emergencias médicas", me dio por escucharlo leer sus poemas. 

De pronto, el corazón me late un poquito más rápido. "Suena" el Capítulo 7, el perfecto poema en prosa dentro de Rayuela. Me cuesta relacionarlo a su voz. Era yo la que, leyéndolo docenas de veces, también le había puesto mí voz. 

Detengo el audio y le doy a retroceder. Le doy "play" y cierro mis ojos... 

Siento el aire, la fragancia oscura... Veo las flores, el dibujo de los labios, la mano, los ojos, el cíclope... el pelo, la luna, el agua. 

Me di el placer de transcribirlo. Quise sentir entre mis dedos la sensación de poder escribir la descripción más perfecta que he leído sobre un beso. Lo hice mientras escuchaba a Cortázar leer de fondo. Fue hermoso. 

Puede que sea cursi. Lo acepto. Me refiero al poema pero sé que yo también lo soy y estoy aprendiendo a vivir con ello.  

Salud "por la descripción perfecta de un beso" en estas 265 palabras. 

Capítulo 7 

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua".


miércoles, enero 13, 2016

Cuando débil soy...

"Pero me dijo: te basta mi Gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad. Con gusto pues me preciaré de mis debilidades para que me cubra la fuerza de Cristo". 2 Corintios 12, 9. 

Creo que esa ha sido una de mis mayores luchas espirituales: sentirme, saberme débil. Cuando llega ese momento en el que solamente puedes depender de la providencia de Dios. 

Me sucede con una frecuencia incómoda. No tener las respuestas, no saber qué hacer, esperar... oh, esperar. 

También en mi cuerpo lo experimento. La medicina demora en su efecto. Y hay cosas con las que sencillamente nos toca lidiar de por vida. 

Hoy, sentada en el "sofá de la oración", recordé la cita bíblica que encabeza este post. La primera vez que "nos encontramos" (la cita y yo) estaba atravesando por una situación que debilitaba mi salud. Ahí aprendí que en todo momento, no solo en las buenas, debía dar gracias y glorificar a Dios. 

Suena a locura. Y ciertamente, lo es. Pablo lo llama "la locura de la cruz". Esa es la cruz que nos salva. 

Así que en este momento abrazo mi cruz. Confío en que todo lo que me sucede tiene que ver con el plan de Salvación que Dios pensó y creo para mi. No es fácil. La incertidumbre se puede sobrellevar con la paz... la paz de Jesús. 

La paz no llega por arte de magia. Porque la fe no es parte de un espectáculo. La fe es producto de una relación estrecha con Dios. De esa relación, uno de sus frutos es la paz. 

Abrazar la cruz tampoco significa resignarse o darse por vencidos. Significa aceptar. Aceptar lo que no puedes cambiar y seguir adelante. Y luchar. Sí, abrazar la cruz es parte de una batalla, sobre todo interior. 

Porque abrazar la cruz (y lo repito a propósito) significa la mayoría de las veces negarse a sí mismo; y créanme, no hay batalla más dura que la que libramos contra nosotros mismos. 

Sentada en el sofá de la oración escribo esta nota. Aquí, ahora, decido una vez más confiar en Dios y en su providencia. Oro por mí y por todos y todas las que están librando una batalla que pone a prueba su fe. Oro por los que como yo, a veces se sienten pequeños y frágiles. Por los que sienten que no pueden pelear por su sueños, porque les abruma el mundo. Por los que están llenos de inseguridad, por los que no saben lo que quieren y por los que aunque lo saben, "no saben" como conseguirlo. 

Oro por los que necesitan paz. Por los que esperan. Por los que están tristes y por los que tienen una tristeza fruto de una herida con Dios... por esos que piensan que Dios les ha abandonado. 

Tú que lees: no sé quien eres... pero estoy orando por ti. 

"Cuando débil soy, fuerte soy". 


viernes, enero 08, 2016

Se rompió el hechizo

Para nada soy una experta; sólo sé que me encanta. Sucede que cuando la descubrí (o cuando ella se dejó descubrir por mi) me impresionó bastante la forma en la que se pronunciaba sobre todos los hechos que le rodeaban. Me parecía hermosa su narración, tan exacta, tan perfecta. Como simulaba ser un pincel entre las manos de un pintor. Por el arrullo con el que dibujaba las palabras... me enamoró.   

Y con el paso del tiempo el amor ha crecido. Sin embargo, debo reconocer que he desperdiciado mis años porque ignoro muchas cosas sobre ella. Me siento torpe. Pero es tan noble que no me lo reprocha y me acaricia con tal dulzura cada vez que me acerco a su orilla, que me hace olvidar los reproches y lo culpable que me siento de romper tantas veces mi promesa de estrechar nuestros lazos. 

Tantas veces le ha puesto palabras a mis sentimientos. Tantas veces me alivia, tantas veces me calma. Tantas veces... ¡bendito sea el consuelo que encuentro bajo tus alas!

A ella este segundo post del año, por ser mi fiel confidente, por no dejarme vencer. 

Este poema, del cubano Raúl Rivero, le he estado buscando desde hace siete años. Lo busqué sin buscarlo en realidad. Obligaba a mi mente a recordarlo, sin éxito. Hasta que hace un par de días me decidí a salir a su encuentro. Y allí estaba, como si supiera que lo buscaba, esperándome. 

Ojalá que la historia termine diferente... que el posadero no llegue, que no toque la puerta, que no rompa el hechizo. 

Hotel amistad 

No sabe que estoy viendo como tiemblan sus manos
cuando le digo en alta voz
que afuera llueve
que esta noche quisiera tragarme su respiración.

No imagina siquiera
que aquí
frente a sus ojos
estoy llenando de ella este papel.

No puede
no quiere pensar
que la última noche
me la estoy llevando en un poema
que ahora cuando este cuarto deprimente
de la calle Industria
comience a ser olvido
ruido de besos
nada
se hundirá para siempre nuestro pequeño reino
empezaremos a divulgar nuestros secretos
porque ya se cumplieron las tres horas.

Se rompió el hechizo.

El posadero llama ruidosamente a nuestra puerta.

Raúl Rivero
Cubano

miércoles, enero 06, 2016

Mi regalo de Reyes

Cuando era muy niña -debía tener unos 8 o 9 años- me encantaban las libretas con rayas. Las blancas y las amarillas. No puedo decir con exactitud cuál de las dos me gustaba más. Creo que, como en todo, las prefería según mi estado de ánimo. Puedo recordar mientras escribo que la amarilla era para juegos y escritos espontáneos; la blanca para apuntes más responsables, como las tareas del colegio; soñaba con poder usarla en vez que al cuaderno. Me parece que alguna vez "burlé el sistema" y lo hice. 

No sé de dónde saqué esa fascinación por las libretas... ¡ah! y por el lápiz de carbón #2. ¡Lo amaba con locura! Me perdía durante mucho rato disfrutando del olor del carbón sobre las hojas y borraba con sumo cuidado los errores para que no se manchara. Entonces quedaba un no tan sutil aroma de goma sobre el papel... no lo puedo describir. De alguna forma, creaba a mi alrededor una atmósfera de inspiración que logró que, a esa edad, escribiera mis primeros versos; mis desahogos, como yo les llamaba. 

A esa edad, tan difícil, en la que empiezas a descubrirte, el lápiz y el papel jugaron a ser Dios (quizás fue un medio usado por Él) y me salvaron la vida. Me salvaron, no miento. Porque escribir me alivió aquellas cargas de la incertidumbre. Calmó el ruido interior que quebraba mis silencios, obligándome a callar para el mundo cuando lo que sentía era una inquietud galopante dentro de mi. Escribir me dio alas, valor para alzar el vuelo en aquel mundo de lápiz #2 y papel a rayas. Solo de recordar el placer que provocaba en mí aquel poema infantil, el olor de los instrumentos... yo acostada en el piso de cemento de color amarillo y frío como el hielo del comedor de mi casa, al costado del librero, se me llenan de lágrimas los ojos. 

Eran instantes de felicidad. Entonces, no creía en el valor que yo tenía. De hecho, no sabía que lo tuviera. No era nadie salvo cuando estaba con mi lápiz y mi papel. 

Los años pasaron y la historia cambió radicalmente gracias a Dios (no lo digo como un comodín). Y el cambio en lo que se refiere a la escritura no solo ha sido por la llegada de la computadora, tan de  sopetón que sin quererlo, me obligó a sustituir en parte a mis dos amores. No del todo. Aun los utilizo, sobre todo para asuntos personales y uno que otro compromiso laboral que me remueve el corazón. 

Lo cierto es que siempre busco la manera de tenerlos presente, cerca. Para la remodelación del blog, después de muchísimas vueltas y opciones, sentí en mi corazón que tenía que volver "al primer amor". De esa manera es cómo, entre muchas lindas imágenes y fotografías, el nuevo fondo de "Todos a Bordo" es la hoja de lo que para mí es una libreta de rayas azules (porque así fuera blanca o amarilla, las líneas tienen que ser azules). 

Hay pruebas de color, de estilo de letra (porque al menos yo, para escribir, necesito una tipografía que me inspire), de tamaño... pero como no soy diseñadora, no tengo la menor idea de cómo va quedando esto. De hecho, este escrito también es una "prueba". Eso sí, fuera de las formas exteriores, esto va en serio, muy en serio. 

Este es el regalo que me han dejado los Reyes Magos. Me han obsequiado el valor de volver a amar la inocencia y disfrutarla. El deseo de volver a empezar. De vivir cada día saboreando cada detalle como una niña que se come un helado o un trozo de bizcocho con refresco rojo... ¡o de uva! De sacar tiempo para compartir, conversar largo y tendido. Tiempo para amarme y para amar. Este es el año, declarado por la Iglesia, de la Misericordia. Para mí la misma no puede ir separada del amor. Así que para Nazaret este también es el año del amor. 

Un año para cerrar capítulos y comenzar a escribir nuevos. Para alcanzar metas, soñar y hacer lo que me toca para que se vuelvan realidad. Es el año de creer que sí puedo. El año de empezar a alimentar más el alma y el corazón de sentimientos de bondad. De disfrutar la música, el baile, la noche y su luna; el día y el sol. Es el año de las experiencias (nuevas). 

Empiezo el 2016 con el corazón rebosado de gratitud. Con mis compañeros de viaje inseparables, mi familia: Jesús, María y José. Juntos, guiados por el Espíritu Santo, empezamos este viaje lleno de ilusiones.