jueves, enero 15, 2009

Señor, aumenta mi fe

Gracias. Primero a Dios. Luego a esas personas que utiliza como instrumento para llevarnos a Él y darnos fortaleza en la fe.

Anoche pensé en tantas cosas. Esta mañana, después de escuchar la misa, me detuve para hacer una oración. El propósito de hoy es el de orar con fe para recibir sanación física o interior. "Orar con fe". Justamente eso es lo que tanto me inquieta.
Sé que no hay una vara con la que se mida la fe. Pero no pude evitar decirle al Señor que realmente yo dudaba de mi fe. Tal vez yo sea como ese leproso del Evangelio de hoy, que sabía que Jesús tenía poder para sanarlo, pero le dice: "si quieres, puedes sanarme". En otras ocasiones yo lo interpretaba como un acto de confianza en Jesús: sabiendo que Él tiene el poder de sanarlo, me parece que eso no es lo "primordial" para el leproso. Ahora lo miro de otra forma: él sabe que Jesús tiene poder, pero quizá no crea que Jesús quiera curarlo.
Como tantas veces confesamos que creemos en el Poder de Dios, pero dudamos que el pueda o quiera "obrar" en nuestra vida. Y es lo que por un momento pensé de mi. Siendo sincera, a mi no me importa vivir la enfermedad. A veces me desespero, me siento triste; pero eso no me roba mi paz, ni mi alegría. El hecho de que "padezca" de algunas enfermedades no es un motivo que me hace desconfiar de Dios. Y tampoco le pido que me sane para estar bien con Él. Entonces, me pregunto: "hasta que punto esto es bueno?" "¿Me estaré resignando? ¿Acaso, no tengo fe? No creo que Jesús "quiera" sanarme ".
Soy honesta, y tengo que decirlo. Y quiero firmemente que Dios aumente mi fe.

Alguien anoche, a raíz de esta conversación, me hizo pensar en esta lectura y quiero compartirla antes de escribir la Palabra de hoy.

"Y precisamente para que no me pusiera orgulloso después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, cuyas bofetadas me guardan de todo orgullo. Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me dijo: «Te basta mi gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad». Mejor, pues, me preciaré de mis debilidades, para que me cubra la fuerza de Cristo. Por eso acepto con gusto lo que me toca sufrir por Cristo: enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias. Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte". 2 Corintios 12, 7-10.

Gracias Mi.


Primera Lectura
Lectura de la carta a los
hebreos (3, 7-14)

Hermanos: Oigamos lo que dice el Espíritu Santo en un salmo: Ojalá escuchen ustedes la voz del Señor, hoy. No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión y el de la prueba en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no ha conocido mis caminos”. Por eso juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.
Procuren, hermanos, que ninguno de ustedes tenga un corazón malo, que se aparte del Dios vivo por no creer en él. Más bien anímense mutuamente cada día, mientras dura este “hoy”, para que ninguno de ustedes, seducido por el pecado, endurezca su corazón; pues si nos ha sido dado el participar de Cristo, es a condición de que mantengamos hasta el fin nuestra firmeza inicial.
Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 94

Señor, que no seamos
sordos a tu voz.

Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.

Señor, que no seamos
sordos a tu voz.

Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Señor, que no seamos
sordos a tu voz.

Durante cuarenta años sentí hastío de esta generación. Entonces dije: ‘Este es un pueblo de corazón extraviado que no ha conocido mis caminos’. Por eso juré, lleno de cólera, que no entrarían en mi descanso”.

Señor, que no seamos
sordos a tu voz.


Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (1, 40-45)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”.
Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

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