martes, marzo 31, 2009

Me basta Tu Gracia


Gracias por cuidarme.

Gracias por que no me juzgas.

Gracias porque todo se pasa y Tu nunca me dejas.

Gracias porque si te tengo, lo tengo todo.

Gracias porque me bastas Tu para ser feliz.

Gracias porque nada me puede apartar de Tu amor.

Gracias porque Tu amor y Tu misericordia no tienen límites.

Gracias porque no duermes hasta encontrarme.

Gracias porque me escuchas.

Gracias porque me das justo lo que necesito.

Gracias porque aunque no te veo, yo sé que estas ahí.

Gracias porque todo obra para bien.

Gracias porque cambias mi lamento en baile.

Gracias porque mi corazón late más fuerte cuando estoy delante de Ti.

Gracias porque lo que no tiene sentido, cobra sentido junto a Ti.

Gracias porque al esperar en Ti, encuentro lo inesperado.

Gracias porque existen los milagros.

Gracias porque soy una obra de arte en tus manos.

Gracias porque el Sol cada mañana brilla más.

Gracias por existir.

¿A quién iré Señor, si no a Tí?


Salmo Responsorial Salmo 22

Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas.

Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad.

Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes.

Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término.

Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (8, 1-11)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a esas mujeres.

¿Tú qué dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contesto: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús

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