martes, diciembre 28, 2010

La Navidad de Oliver


A los nueve años, Oliver no sabía que significaba ser huérfano. Lo era, (y de la manera más conmovedora que se pudo ingeniar Dickens), pero la palabra no la conocía. A esa edad no había recibido ni la alimentación ni la educación adecuadas. Las palabras y sus significados pierden importancia cuando tener hambre es una osadía que se castiga con azotes.

Cuando volvió al Hospicio, el lugar donde nació y su madre murió al tocarle sus pequeñas manitas, supo a duras palabras y cozcorrones lo que era ser huérfano... y lloró "amargamente". Era el día de su cumpleaños.

Esa noche, Oliver "lloró hasta quedarse dormido". No se imaginaba lo que le esperaba a esta altura de la historia. A mí todavía me toca descubrirlo. Por como está titulada la obra de Charles Dickens "Las aventuras de Oliver Twist" me imagino que serán muchas las "desventuras" que ha de sufrir este muchacho al que la vida le destinó ser pobre. Conociendo un poco el ingenio inspirador del autor, deduzco que la crudeza y el desamparo que él mismo vivió en un Londres oscuro y empañado por el abandono de su padre, será el espejo que refleje esta historia que ha sido adaptada a obras de teatro y al cine.

Las pocas páginas que he leído a trompicones, (lo reconozco. el cansancio y el sueño me están jugando una mala pasada), me han dejado con el corazón en la mano. Por un instante me trasladé mentalmente al Hospicio y ví llorar al desdichado Oliver; sentí propia aquella soledad encarnada en su aspecto famélico. Lo tuve de frente hasta que se quedó dormido. Me incliné y acaricié un cabello rizo y dorado, algo pegajoso, hasta que un estallido de dolor en el pecho me indujo a alejarme -despacio para no despertarle.

Cuando volví en mí, no pude evitar seguir pensando en Oliver. Cómo habrán sido sus navidades, sin familia, con hambre de pan y la sed de un amor desconocido para él.

Oliver es el espejo de muchos niños que sufren en su inocencia con el cuchillo al cuello. Ayer, el día de los Santos Inocentes, Rosa Montero, española escritora y columnista del periódico El País, escribió algo sobre el abandono y el maltrato que sufren los niños de manera indiscriminada.

Narró algunos casos y lamentó que ojos miren y no vean, porque sea la indiferencia, como tituló su columna, el arma más afililada que aniquilé a estos inocentes en el mundo.

Indiferentes... Cuánta indiferencia ante el dolor ajeno, ante la desolación que sirve de friza a los desamparados.

A dos días para que termine el año la conciencia me pasa revista. Como interpelada por mis acciones, pienso en el tiempo que perdí en amar a los demás, en ayudar y en servir, por andar distraída en mis egoísmos, dándole vueltas a una ruleta que siempre se detiene en el mismo lugar. No creo en el azar, pero a veces vivo como si dependiera de él.

La vida es dura, dijo una vez a un amigo un profesor autosuficiente. Yo, con la ayuda de Dios, quisiera que no lo fuese tanto, si aprendo a colgar en mi rostro una sonrisa. Si puedo dar calidez a un cuerpecito temblando de frío; si miro a los ojos y toco el rostro cansado de un enfermo; si escucho las voces de almas sin esperanza; si con mi hombro, sirvo de consuelo a unas lágrimas que caen en lugar del lamento. Si, solo si, logro calmar la ansiedad de pensar en mí y me doy cuenta que, más allá de mi corazón, hay muchos más que necesitan amor para latir.

lunes, diciembre 27, 2010

Lo que me trajo hasta aquí

No sé donde estaba. Hace poco más de dos meses que me perdí en el camino de llegar hasta aquí. Alguien me escribió un correo y dijo que, entre otras cosas, extrañaba mi poesía. Muchas cosas pasaron por mi mente entonces. Y ese entonces me trajo hasta aquí.
Han sido días de mucha reflexión. Los finales de año me ponen así, inquieta, pensativa, nostálgica. Esa auto definición mía aquí está, repensando lo que va a escribir, mirando hacia los lados, sintiendo el corazón latir en los dedos... borrando cada palabra, como queriendo borrar con ello todos mis errores.
¿Qué contar? Por ahora no quiero ser el sol y que la teoría heliocéntrica se cumpla en mí. Por eso
seré breve y no contaré mucho. Cuando pase el temblor, veré a dónde irá 'Todos a bordo' y hablaremos hacia dónde nos llevará el barco. Qué rumbos inciertos nos espera naufragar, siempre juntos.
Siento que se asoman varios sentimientos. Estan tocando la puerta. Se apresuran por entrar y por salir, al mismo tiempo. No aprenden a no agolparse todos juntos...
Llegó la hora de decir adiós. Pero volveré pronto. Quizá menos desnuda que antes, pero volveré. Y viajaremos juntos, y hablaremos de libros, de poesía, de cine. Hablaremos de las pequeñas cosas, de música, de cultura, de ocurrencias, de nosotros. Quizá hablaremos de mi, quizá. No sé.
No he sido nada navideña en este post, y creánme que me estoy controlando. Pero el génesis de esta historia es otro (no sé cual) y prefiero mantenerlo.
Bien. Llegó la hora de abrir el paraguas. Está lloviendo.