Me encontré a Felivia en el tocador. La abracé de sorpresa por detrás al tiempo que me percataba que conversaba con alguien por el celular. Al colgar, me saluda chispeante, con su sonrisa aniñada y sus ojitos brillantes. Nos deseamos lo mejor para este año; yo aprovecho para contarle sobre mi meta principal -la misma sobre la que escribí ayer en este espacio- a manera de consejo. Felivia inclina la cabeza en señal de aprovación a lo que digo, y me sopla mientras abrimos la puerta: "como la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal por mirar atrás". Le prometí seguido que escribiría algo al respecto. Sus palabras me acordaron una charla que recibí recientemente en un retiro, en voz de María Isabel Concepción.
"Ganar o perder" se llamaba esa instrucción que estaba inspirada en el personaje de Lot. En resumen, la lección fue descubrir que, ganar o perder, eso nadie lo sabe. A veces pensamos que ganamos y terminamos perdiendo. Como le pasó a Lot, que al separarse de Abraham escogió vivir en Sodoma y Gomorra porque, a la vista, lucía más fertil, más hermosa. Y era cierto. En apariencia lo era. Pero sabemos que esta ciudad era cuna de desastres y abominaciones. Cuando Lot descubrió su esencia y el peligro que corría en ella, tuvo que salir huyendo. Llevó a su esposa e hijas consigo. Al final, Lot terminó perdiendo no solo el lugar donde vivía, sino también a su esposa, que al mirar atrás mientras salía de la ciudad, quedó convertida en estatua de sal. A la larga, Lot, que pensaba haber ganado, perdió.
María Isabel contó una historia personal para mostrar la otra cara de la moneda. Nos habló de su padre, la persona que en vida amaba más que a todo. Cuando enfermó, le pidió al Señor que a cambio de su salud, ella entregaba la suya propia. Aun más. Si se trataba de su vida, ella prefería morír en su lugar. Nos decía que ella no se imagina vivir sin su padre; se sentía incapaz de soportar su muerte.
Ya hace varios años que murió su Papá. Me parece que tenía cáncer. No contó lo difícil que fue entregárselo al Señor y aceptar Su voluntad. Pero una vez lo hizo, hubo una gran paz en su corazón. Comprendió que no era que Dios le quitaba a su padre. Sino que a Dios le pertenece todo, incluso la vida. Él solo volvía a su dueño. Y ese amor que ella tanto le profesaba nada ni nadie podía destruirlo. Ni siquiera la muerte.
Ella que pensaba que perdía, y al final ganó. Ganó en unidad familiar, porque sus hermanos sentían celos de ella por como se llevaba con su padre. La familia se unió más y se acercaron más a Dios, incluyéndola a ella.
También aprovechó para hablarnos de Robert, su esposo. El hombre que, según sus "estándares", era el que menos calificaba para ser su compañero de toda la vida. Pero que resulta, ha sido el perfecto, porque fue el que Dios le tenía destinado. Ahora se confiesa feliz en su matrimonio y muy enamorada. Ganar o perder. ¡Quién sabe!
Una vez se pone la mano en el arado, no vale mirar atrás. Hay que seguir. Si no, se corre el riego de quedar petrificado, que a la larga es peor que morir.
María Isabel nos dejó una enseñanza muy especial. El que confía en Dios nunca pierde. El que se fía de su propio parecer y se deja deslumbrar por lo que "aparentemente" es mejor, corre el riesgo de perderlo todo. Ganar o perder... quién sabe.
La vida es un viaje, en la que cada uno somos "pasajeros". Durante nuestro paso ocurren un sin fin de aventuras increibles, algunas dignas de contar, otras, no tanto. Y, desde mi lugar de los hechos, quiero mostrar -a veces con alma de poeta, con nostalgia, dolor, alegría o música- todo lo que se me o me ocurra. Tal como soy: versátil, sencilla y auténtica.
martes, enero 04, 2011
lunes, enero 03, 2011
Volver a empezar
Año nuevo: otra oportunidad. Una década ha quedado atrás... En el 2000 yo tenía 14 años. Con nostalgía me puse a leer mis escritos de entonces. Me sonrojé al mirarme en esos versitos tímidos y flojos. Eran mis primeros años de enamorada de Cristo, con la pasión y la inmadurez de una adolescente llena de complejos e inseguridades, y que apenas se conocía a sí misma.
Me miraba en aquella nueva familia que Dios me regalaba: la iglesia y los amigos que aun conservo. Ya han pasado 10 años y recuerdo como si fuera ayer aquellos tiempos de mocedad.
La idea que tengo no es la de rechazar mi pasado. Pero como dice Martín Valverde: "no lo extrañes tanto (el pasado) como para regresar". Ese es uno de mis propósitos más importantes para esta nueva década que recién inicia: dejar atrás y volver a empezar: en lo espiritual, sentimental, profesional, personal... Vivir el hoy. Porque "necesito creer ya no seguir llorando", cito a Martín.
Lo que se estanca muere. Yo no quiero estancarme en mi pasado. En lo que pudo ser y no es. En lo que pude hacer y no hice. En lo que pude ser y no soy. Por eso mi más grande deseo lo encuentro a través de Pablo en su carta a los Efesios: "El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la Gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendaís la esperanza a la que os llama". Sentí que una espada me traspasaba el corazón cuando escuchaba esta lectura anoche en la Eucaristía. Y recordé que fue el mensaje que mi querida amiga Jenny dejó grabado en mi facebook en sus deseos de año nuevo. Cito " Y que este sea el año de poder comprender lo que el Padre desea de ti". Este es el reto que quiero asumir más allá de mis escritos sueltos en el blog. Habrán caídas, lágrimas, cansancio, desilusiones. Pero cuánto me conforta saber que no estoy sola en esta batalla y que encontraré el apoyo para seguir adelante. El primero que está conmigo es Jesús. El, todavía, sigue creyendo en mí.
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