Me resulta difícil entender como una "piedra" puede llegar a conmoverme. Gris, dura, impenetrable, fría... y aún así, atractiva, seductora de mis sentidos.
Eso sí, es una piedra especial. Le llaman adoquín. Su origen se les adjudica a los romanos y a los árabes. Entonces, las calles eran construidas con esta especie de ladrillo hasta que se inventó el automóvil y su fama se extendió por el mundo.
Por suerte, todavía algunos países conservan la tradición. Por suerte para mí, lo digo, porque no se imaginan como transitar por calles adoquinadas me roba la respiración.
Cuando era apenas una adolescente y no tenía ningún tipo de sentido por el arte ni mucho menos, me encantaba la Zona Colonial. Recuerdo que, las pocas veces que fui llevada tomada de la mano de mis padres, me la pasaba mirando el suelo. No recuerdo nada más. Ni edificios, ni casas, ni gente... los bloques que formaban la calzada era todo lo que robaba mi atención, revolviendo mi curiosidad.
Crecí con esa fascinación extraña. En mi primera noche en Roma, recuerdo que me tumbe en la plazoleta del Vaticano, primero, para respirar aliviada después de todo lo que pasé para llegar a mi destino (prometo escribir algún día sobre esta historia que ya muchos conocen), y segundo, para disfrutar de aquellos hermosos adoquines. Me pellizcaba sin que todavía pueda creérmelo. Había llegado a Roma, después de todo.
Lo mismo sucedió cuando tuve la oportunidad de conocer Buenos Aires. Si amé caminar entre sus vías bordeada por restaurantes, al igual que en Roma, fue precisamente por irme perdiendo entre los adoquines, tintados de negro en su mayoría.
Y todos estos recuerdos "adoquinados", resisten en mi memoria, se engrandecen en mi corazón. Anoche, volví a sentir del golpe todas estas emociones. Estuve en la Zona Colonial. Caminé bajo la lluvia y ya bien entrada la noche, las farolas tintaban con un aire de nostalgia aquellas calles tan nuevas y tan antiguas para mí.
Me reproché al llegar a casa el no haber escrito nunca sobre el adoquín. Me prometí hacerlo de inmediato y aquí estoy. Sintiendo aún curiosidad, preguntándome por qué es tan parecido a la realidad, mi amor por el adoquín. Quién tenga ojos para ver, que sienta.
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