Me desperté y escribí mentalmente con una rapidez intimidante. Estaba demasiado feliz entre las sábanas que no me apresuré en buscar con qué anotar. Me confié demasiado de esta memoria saltarina que piensa en algo diferente cada segundo.
A la hora que decidí encender el computador para escribir, tuve esa sensación... ¡olvidé cómo empezar! Para los que no saben, el título y la primera línea son básicos para mí cuando voy a escribir cualquier texto. Y ahora aquí estoy, tratando de remendar los recuerdos mientras hago este prólogo que no estaba supuesto a existir.
No hay remedio, no logro recordar cómo empezar, sólo el título. Algunos imagino que sabrán que se trata de una película. Varios amigos me la habían recomendado así que tocaba. Anoche me llego a la mente como un rayo cuando todavía estaba en la Eucaristía. Esa era la señal. Cuando llegué a casa, dejé para esta noche a Umberto Eco y después de hacerme un selfie (no me pregunten por qué, porque la verdad es que no lo sé), saqué mi complice-mano derecha de mis pasiones cinematográficas y musicales, y mis audífonos.
Estuve tentada por Mad Men pero fui fuerte y me dirigí hacia mi objetivo. La fotografía y la estética me atraparon casi de inmediato. El pequeño "Pepper" me pareció encantador. Aunque me resultó un poco lenta al principio, algo inexplicable me mantuvo interesada.
No estaba frente a un "masterpiece". Lo especial de este largo metraje de 1 hora y 46 minutos es sin lugar a dudas, el mensaje.
Hubo un momento en el que pulsé enter-pause para reflexionar. ¿De qué tamaño es mi fe? Yo había pedido también, al igual que Pepper, aumentar mi fe. Lo he dicho cientos de veces en mis oraciones: "Señor, aumenta mi fe".
Sin embargo, en aquel momento me di cuenta que había hecho muy poco para que mi fe aumentara. He pensado tantas veces que la fe depende únicamente de Dios. Y no. La fe también depende de mi. Además de desearla debo, tengo, que trabajar para que crezca.
"Si tuvieras fe como un granito de mostaza"... esas palabras de Jesús tocaron mi mente y mi corazón. Entonces me di cuenta que no se trata del tamaño "exterior". Eso no es lo que cuenta. Es el fruto.
Al igual que Pepper, me escudé en mi corta estatura para justificar mis cobardías. Recibí cuando era niña todo tipo de chistes burlones por ser pequeña y eso fue empequeñeciendo también mi estatura interior, mi amor propio. Por supuesto, todo eso hasta que conocí a Jesús.
Viendo la película recordé todos esos episodios que marcaron mi infancia y parte de mi adolescencia con heridas profundas. Y como Dios había utilizado mi "pequeñez" para mostrarme su grandeza, sanarme y rescatarme de mi propia oscuridad.
Fui volviendo a repasar que lo importante no es como nos veamos por fuera (ni como nos vean los demás, ni lo que digan), o nuestra "altura" exterior y todo lo que ella implica: muchos reconocimientos, títulos, riquezas, popularidad o fama... Nada exterior dicta quien eres, ni califica lo sabes o calcula lo que vales.
Valemos por lo que brota de nuestro interior: la bondad, simpatía, generosidad, el amor, la caridad, humildad, el honor, la dignidad... ¡cuántas cosas más!
Yo aspiro a transformar el mundo como lo hizo Pepper: creyendo con todas mis fuerzas, olvidando mis limitaciones exteriores y valorando aún más quien soy y a quienes tengo a mi alrededor. Amando... sobre todo y con todo. Amar es el secreto, es la clave, es el principio y es el fin.
¿Que si la recomiendo? Solo si estás dispuesto(a) a soltar las amarras y lanzarte a creer. Si estás dispuesto a dejar los prejuicios a un lado y darte al menos una oportunidad de apostar a ti.
Qué importa que las cosas no salgan como quieres o como lo tenías planeado. Han sido como tenían que ser y eso no significa que esté mal. Y habrás hecho, habrás dado el paso. Eso, más que una derrota, es una batalla vencida.