jueves, julio 31, 2008

El precio de ser periodista



Hace un par de noches tuve una discusión con mi madre. Resulta que cuando regresé de la Gala de las Estrellas de Danza, que tuvo lugar en el Teatro Nacional, me dispuse a redactar la crónica, pues la necesitaban lista al día siguiente antes del medio día. Bueno, pues no había tiempo que perder. Reconozco que no soy la clase de periodista que llega y se pone a escribir de una vez. Tengos mis mañas, y si quiero algo bueno pues me tomo mi tiempo. Por eso de que me siento o tengo complejos de ser más escritora que periodista.
Entonces, debía hechar "manos a la computadora" antes de que se enfriaran mis emociones. Sólo que no contaba con la astucia de la bachata de fondo que tenían los vecinos de al lado. Ah! y con que a mami se le cruzaran los cables y ese día no quisiera que me acostara tarde. Precisamente ese día. Pero está bueno que me pase, por las veces que me lo ordenó y no le hice caso por estar enfrascada en mis lecturas. He ahí las garras de las consecuencias.
Como se lo imaginan, ahi mismo empezó la discusión. Hace tiempos que no la teníamos, y yo no la extrañaba, para nada.
No fue suficiente con que le explicara la urgencia del asunto. Ella sintió que quería desobedecerla, que no le hago casos a sus consejos que son por mi bien. Yo no quería contestarle, pero no me contuve y le dije que podía pensar lo que quisiera, que yo debía terminar mi trabajo. Grave error. (Mi papá dice que callar es una virtud. Prometo que le haré caso). Ella se enfureció y dijo que yo quiero acabar con mi vida, que no me cuido, y cosas por el estilo. La entiendo. Tengos algunos achaques de salud y debo cuidarme más de lo necesario. Pero yo debía continuar. Le dije que así es el periodismo, que si quería ser buena, tenía que sacrificarme, que esto no era nada. Pero a ella le supo a mera excusa y me contradijo: "eso no es verdad. A mi no me vengas con eso". Tuvo las últimas palabras. Se fue a acostar y ahora era yo la del el mal sabor. Que gran encrucijada. Me encontraba entre la espada y la pared. Al menos por esa noche no pude obedecerla, y me trague mi incondicional disciplina del Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios. Y comencé a redactar con remordimiento de conciencia y con la bachata que ahora sonaba más fuerte.
Lo peor es que siento que esta no será la última vez que esto suceda y no sé con que argumentos pueda convencerla. Mami no es fácil de persuadir. Tal vez debo hacerle caso. Yo sé que debo cuidarme. Sólo creo que mis padres tratan de sobreprotegerme. Cómo hago para hacer un balance entre los dos? Hui. ¡Que confusión!. Ese es el precio que debo pagar. Vuelvo a repetir: yo no quería ser periodista, coge periodismo...

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