Tu rostro se me dibuja en los ojos. Y es casi imposible apartarte de ellos.
Cada vez que te pienso, me embriaga la tristeza, porque estás lejos.
La noche es más inmensa. Puedo escuchar tu silencio con el ansia
oculta de quien alberga una esperanza añeja.
Me remuerde la poca cordura que me queda,
cuando tropiezo con la absurda realidad de tu ausencia.
Me pierdo. Mis lágrimas enjuagan mi desvelo cuando en plena madrugada
Tu abrazo se esfuma ante mi deseo…
No entiendo como pude llegar a quererte tanto.
Recuerdo tus palabras. La inmensa gratitud que me invadía al escucharte,
fugitiva en medio de la noche, en el dilema del sueño y tu voz.
No puedo más con esta angustia que se resbala por mi alma
Que me consume pero a la vez me da fuerzas, ¿será posible?
Sentir en medio del dolor de que no me correspondes,
una alegría irónica al saber que existes.
Intento pescar metáforas, para definir mi importuno sentir.
Es una mezcla de vergüenza con rabia, con desconsuelo.
Porque en verdad, tu nunca me has querido, al menos no tanto ni como yo te quiero.
No te culpo. Así es el amor. Nos atrapa por sorpresa. A unos a otros nos revuelve y nos revuelca. Se ensaña. Nos empuja hacia rutas impensables y nos congela los huesos. Nos hace sentir a la vez calidez y frío. Acurruca y te espabila. Te encoge el estómago, te aprieta. Te arrebata el sentido. Es lo que has hecho conmigo.
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