No tiendo a hablar de mi trabajo, No me gusta. Salvo que sea con personas muy cercanas y que el tema surja naturalmente. Pero hoy quiero publicar algo que salió en la revista Aldaba escrito por mí. Oficilamente redacto para esta publicación que se imprime en Editora de Revistas. Pertenece al Grupo Listín Diario, pero no llega al público encartada en el periódico, como OH! Magazine o Ritmo Social -ediciones para las cuales también colaboro- sino que es por suscripción y por venta en establecimientos comerciales. Anteriormente publiqué algunos artículos que salieron en OH! y en la Revista Ocasionales. Soy tímida para hacerlo por esta vía, por algún terror misterioso a mis propias letras. Besuñadas* mías.
Pero después de cavilar por algunos días la idea de publicar en el blog este reportaje o crónica o no sé que dentro del periodismo, decidí que sí. Tiene un sentido especial para mí. Por medio de él conocí a una persona importante y tuve la oportunidad de verlo sin poses, sin el rigor del 'protocolo'. Además el viaje hasta llegar a su morada fue una total travesía. Aprendí muchas experiencias aquel día. Y me siento muy afortunada de contar este episodio en la serie de mi vida.
(Gracias a Dios por esos momentos, cortos o largos, dulces o amargos, que me permiten degustar los distintos sabores de la vida. Porque me siento plena y aun a mi corta edad: 'confieso que he vivido').
*Besuña (o). En el lenguaje Nadsat -una jerga de los adolescentes basada en ruso- significa loca o loco. Leer el Libro la Naranja mecánica de Anthony Burgess.
Reportaje-crónica publicado en la revista Aldaba, julio-septiembre, 2008. Versión sin editar.
Las fotos son de Ernesto Forteza. Derechos reservados.
Crónicas de un refugio de historias
Esta finca ubicada en el profundo valle de Rancho Arriba, posee una impresionante riqueza proverbial. Un paseo inolvidable, por el espectáculo visual que presenciamos y la noble cortesía de sus propietarios
Entre montes peñascosos, carreteras empinadas y pedregosas, encontramos el lugar de escape e inspiración de Hugo Tolentino Dipp
El doctor Tolentino nos recibe entre interrogantes sobre nuestro viaje. Era nuestra primera vez en aquel lugar boscoso y apartado del bullicio metropolitano, que quiso asegurarse de que no hubiéramos tenido algún contratiempo. No es para menos. El trayecto es bastante largo y algo peligroso. Luego de los saludos y las presentaciones que amerita el protocolo, nos encaminamos a un lugar que encierra entre sus paredes y techo de "aluzinc", que les protege contra el calor, grandes rasgos de identidad cultural. Sin embargo y pese a que Carmenchu me lo advirtió, el mayor asombro se apoderó de mi al ver a Hugo Tolentino, el diplomático, el maestro, el escritor... a manos llenas en la cocina, preparando el almuerzo que más tarde tomaríamos también junto a Sarah Bermúdez. Él se quitó el traje almidonado de la formalidad y se confundió entre sus visitantes para "romper el hielo". Acción que contribuyó no sólo a un ameno pasadía sino a una inolvidable lección de diplomacia. Resultaba difícil conciliar a una persona de su talla que no pierde su condición al ser cercano. Por el contrario. Ese gesto supone una cualidad insuperable de etiqueta.
Cada rincón tiene memorias que contar. Un museo forjado en la búsqueda incesante de valores que muchos desecharon
Rancho Arriba es un valle más grande que el del su vecino Constanza. Es un poblado dividido por Los Banilejos, Los Quemados y pasando el río, por Monte Negro. Hace muchos años, quien fuera rector de la UASD, conoció allí a Mario Bobea Billini, quien tenía un cultivo de bromelias y lo invitó a conocerlas. Desde entonces, Tolentino Dipp quedó prendado de este lugar a más de cien kilómetros distantes de la capital. Decidió levantar una casa en uno de sus terrenos y asentarse entre sus montañas, neblinas y clima agradable. Siete años le tomó la construcción y ya tiene tres de habitarla. A ella se escapa por largos días para supervisar sus plantaciones de café, romero y limones. Y cómo no: a escribir. En medio de esta filosofía de calma, hasta al más recio se le conmueve el alma.
Obras de diferentes artistas del este país se estrechan en esta casa. Para conseguir estas piezas y otras, más que el costo fue el ajetreo.
Las escalinatas que nos permiten llegar a la casa, que se encuentra literalmente en lo alto de una pequeña colina, están construidas en lajas y los muros por piedras. Todo el borde de la casa esta rodeado por una reata de orquídeas endémicas, según me orienta Tolentino, como las bletias, que tienen su tiempo de floración entre los meses de abril y mayo. También el romero cerca el perímetro de la casa con su agradable aroma. Curiosamente quise saber por qué, a lo que contestó, con un toque de su humor refinado: "pues porque tengo berro y se come bien el berro con el romero". Como elemento decorativo y para degustar cuando te invada el deseo, están dispuestas unas frutillas de color rosado llamadas lichi, que también cosechan en la finca. ¿La conoces? Parecen fresas pero se come como el limoncillo.
Troncos de eucalipto sostienen el techo y el piso es de cemento pulido. Entre ellos todo sorprende.
Los espejuelos redondos del doctor Tolentino esconden detrás a una persona con grandes memorias. En tanto, detrás del sombrero y lentes de sol, Sarah revela una mujer que ama la naturaleza. Ella se encarga de los árboles y plantas de clima frío, como las flores de pascua, me cuenta Hugo, tomándome del brazo para mostrarme desde arriba, las plantaciones. Un instante después, en un tramo que funge de librero, pude husmear como se confundían los libros de paisajismo con otros de historia y literatura. Hugo espabila mi distracción pensando que puedo tener hambre. Aun queda el segundo piso por fotografiar. Hay tiempo, pienso. Tomo un poco de queso con galletas y conversamos entre otras cosas sobre "Vocablos" su libro de poesía, y de como conoció al "Gabo".
Paneles solares cargan los inversores que a su vez dan luz a la casa.
La temperatura en Rancho Arriba es agradable casi todo el año. Durante nuestra visita rondó por los 25 grados. Bastante fresca para lo acostumbrado en la capital. Mientras nos percatamos del clima, ya las fotos están terminadas. Nos apuramos para tomar el almuerzo, que también está listo. Mis últimos minutos en esta vivienda me permiten reflexionar sobre su particular atractivo. No es el lujo, ni tampoco la elegancia. Este refugio encanta por la cultura que alberga, por la naturaleza que le cubre y por las historias que la delatan a su paso. Entre agradecimientos y libros firmados, llega la despedida. El tiempo ha pasado de prisa.
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