martes, septiembre 02, 2008

Ella


Que haría sin Tu Palabra, sin que me hablarás tanto a través de ella. A ella me acojo cuando me siento perdida y enseguida encuentro el camino que debo seguir. Con ella me siento protegida. Por eso a ella me abrazo. Y me refugio en sus alas, siempre abiertas para protegerme; siempres sabias para iluminarme. Porque en ella estás...

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (4, 31-37)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús
fue a Cafarnaúm, ciudad de
Galilea, y los sábados enseñaba
a la gente. Todos estaban
asombrados de sus enseñanzas,
porque hablaba con
autoridad.
Había en la sinagoga
un hombre que tenía un
demonio inmundo y se
puso a gritar muy fuerte:
“¡Déjanos! ¿Por qué te
metes con nosotros,
Jesús nazareno? ¿Has
venido a destruirnos?
Sé que tú eres el Santo
de Dios”.
Pero Jesús le ordenó:
“Cállate y sal de ese
hombre”. Entonces el
demonio tiró al hombre
por tierra, en medio de
la gente, y salió de él sin
hacerle daño. Todos se
espantaron y se decían
unos a otros: “¿Qué
tendrá su palabra? Porque
da órdenes con autoridad
y fuerza a los espíritus
inmundos y éstos se
salen”. Y su fama se
extendió por todos los lugares
de la región.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Luego del anuncio de su misión, Jesús va de Nazaret a Cafarnaún para continuar su ministerio. La gente se asombra porque les “habla con autoridad”, es decir, con argumentos respaldados en la vida. No es pura palabrería como los fariseos o los escribas. Son palabras que transmiten vida y “encienden el corazón de quienes le escuchan”. En el interior de la sinagoga hay un hombre con un espíritu inmundo. Hasta la institución religiosa más importante para el mundo judío estaba contaminada de corrupción y de falsedad; tengamos en cuenta que el redactor utiliza la primera persona del plural para referirse al endemoniado. El hombre no soporta la presencia de Jesús, porque lo pone en evidencia. Pero la palabra de Jesús tiene fuerza liberadora que es capaz de dominar el mal y expulsarlo, pues no serán la muerte, la enfermedad o la maldad quienes tengan la última palabra sobre la humanidad, sino la Palabra de Dios. Este hecho corrobora lo dicho antes: su palabra tiene autoridad para derrotar las fuerzas del mal que dominan al ser humano. Nuestra palabra tendrá autoridad, fuerza liberadora cuando esté suficientemente respaldada por el testimonio de vida. De lo contrario, serán palabras que “se lleva el viento”.

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano

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