La vida es un viaje, en la que cada uno somos "pasajeros". Durante nuestro paso ocurren un sin fin de aventuras increibles, algunas dignas de contar, otras, no tanto. Y, desde mi lugar de los hechos, quiero mostrar -a veces con alma de poeta, con nostalgia, dolor, alegría o música- todo lo que se me o me ocurra. Tal como soy: versátil, sencilla y auténtica.
lunes, diciembre 22, 2008
"Magníficat"
Esta oración que proclama la virgen María conocida como "Magníficat" me da una paz increíble. El Evangelio de hoy nos regala este preciosa acción de gracias y el amor con el que María veía a Dios. Quiero compartirla para que a través de ellas descubran al Dios maravilloso que tenemos, a través de la mirada de una que lo conoció de cerca y por la que hoy hemos recibido la Salvación: ella fue la mediadora para que la "Luz" iluminara a este mundo que caminaba en penumbras. María enseña que para estar alegres, debemos primero alabar y proclamar "la grandeza del Señor". Lo decía también Salvador en el curso "La esperanza no falla": para que nuestro espiritu se alegre, primero hay que postrarse a los pies de Dios, reconocer su Majestad, su grandeza.
Para hacer una proclamación "como lo hizo María" hay que tener no sólo una relación estrecha con el Señor, sino conocerle, confiar plenamente en Él.
En verdad, anhelo que en mi vida: se haga según su Palabra. Sin pedir explicaciones, sin saber por qué. Sólo que se haga según su Voluntad. "He aquí la esclava del Señor..."
En aquel tiempo, María dijo:
" Proclama mi alma la grandeza del Señor; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a los fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientes los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre".
Evangelio de Lucas 1, 46-56.
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