Es curioso, pero no coincidencia. Durante las vacaciones estuve meditando varios "personajes" de la Biblia. Uno de ellos es Abrahán, nuestro Padre en la fe. Creo que lo comenté recientemente en un post. Pues siento que Dios está me está probando para saber hasta donde soy capaz de llegar por Él. Si en verdad puedo abandonarme en sus brazos y confiar plenamente en Él. Y eso implica un sacrificio. El de ofrecerle todo lo que tengo, todo lo que soy, lo que más quiero en la vida... Y es precisamente, lo que hace con Abrahán.
Me llama poderosamente a la atención varias situaciones que se presentan en la primera lectura de este día, en la que se relata el sacrificio que hizo Abrahán. En una parte, Dios le dice: "toma a tu hijo único, al que quieres..." Dios sabe que es su única descendencia, pues su otro hijo, Ismael, sería bendecido por Dios, pero su verdadera descendencia procedería de Isaac, el hijo dado en la ancianidad junto a su esposa, estéril e igual de 'adulta', Sarah.
Dios le recalca que tiene que ofrecerle lo que él más quiere, lo que tanto había deseado. Y resulta que ahora tiene que matarlo... sacrificarlo. Y Abrahán, imagino que con gran pesar, pero no con menos confianza, hizo obediente lo que Dios le había pedido.
Eso muestra dos cosas. No sólo que Abrahán confía sin dudas en Dios. Sino que le ama sobre todas las cosas. Isaac no es más que el fruto de un milagro dado por Dios. Lo único que estaba haciendo era devolviendo algo que le había sido dado. Surge una pregunta para muchos: ¿Para que dárselo, si luego se lo pediría? Pero Abrahán, que no tiene dudas, estaba seguro que si Dios le había prometido algo, el cumpliría con su promesa, sea como fuere.
La otra parte que me impresiona, es la respuesta que da Abrahán a su hijo, camino al monte del sacrificio. Isaac, ingenuamente pregunta: "Padre... ¿dónde está el cordero para el sacrificio?" Abrahán responde: "Dios proveera el cordero..."
Todos sabemos como termina la historia. Dios envia a un ángel que detiene a Abrahán cuando está a punto de degollar a su hijo "único, que el quiere", reconociendo que ni siquiera se ha reservado a su "único hijo" delante de Dios.
Y como Dios, jurando por sí mismo, lo colma de bendiciones, porque le ha obedecido (Gn. 22, 17.18b).
Abrahán es grande porque supo creer y esperar contra toda esperanza (Romanos 4, 18). No quiso entender, razonar lo que Dios le pedía. Obedeció. Hizo silencio.
Cuántas veces nosotros intentamos entender a Dios, para entonces aceptar su voluntad. Pero a Dios, que es tan grande, no podemos querer entenderlo con nuestra pequeñez. Es como querer guardar toda el agua del mar, en una cubeta. Así de ilógico.
Dios es bueno y cumple sus promesas. Eso basta. Saber que Dios es capaz de obrar en lo que parece imposible. Creyéndole "a Él" que todo lo puede.
Me siento tan regocijada en el Señor por esta palabra que hoy me regala. Confirmando una vez más, ante mi terquedad, que es capaz de hacer cosas que yo ni me imagino. Que Él es fiel, amoroso, y jamás se olvida de mi. Jamás. Dios no me deja. Sé que, pase lo que pase, Dios va caminando conmigo, pero no alante y yo atrás. El está a mi lado, y me lleva de la mano.
Yo, ante todos, declaro que a ti te entrego, Dios mio, mi Rey, por medio de mi amado Jesús, todo lo que quiero en mi vida, lo que más deseo, te lo entrego. Es tuyo. Tu, haz lo que quieras.
Sé que te tengo a Ti. Eso me basta. Tu eres mi proveedor, en Tí confío. Son tuyos los tiempos, no mios. Todo llegará en su momento, cuando lo entiendas necesario. Y será lo que Tu quieras.
Me abandono a Tí Jesús. Dame fuerzas para amarte y creer en ti, y esperar contra toda esperanza. Amén.
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