Eran como las 10:15 de la noche. Habíamos terminado las asignaciones del día y nos disponíamos a cenar en algún restaurante del complejo. Yanela y yo esperabamos en el lobby al resto de los muchachos, el equipo que, junto a nosotras, conformaba el centro de comunicaciones en el CILA 2008.
Fuimos las primeras en alistarnos. Para entreternos mientras, nos tomamos varias fotos simultáneamente. En una de ellas, este señor, visiblemente de otro país, se acerca y es capturado junto a mi. Yanela piensa que lo conozco y no me dice nada. Yo creo, por mi lado, que ella era quien lo conocía. Pero ninguna de las dos tiene idea de quien es. Nos echamos a reír. Que más daba. "La foto quedó chula", nos decimos. El señor se aleja, diciéndonos algo, en un idioma que no era ni español ni inglés.
Sólo tardó unos segundos, pero ese instante quedará presente por mucho tiempo en mi mente, por la sencilla razón de que fue algo tan espontáneo e inesperado, que me hizo reír. Son esas pequeñas cosas de la vida que yo adoro. Esos pequeños momentos en los que alguien con algún gesto te arrebata una sonrisa. Como quien me puso una canción que a mi me encanta y era lo que menos esperaba (sobre todo de esa persona, que sabe quien es, jejeje!) subida en una guagua, luego de empezar el día con un exámen bien difícil y de que un carro me mojara de arriba-abajo, al pasar por un charco.
Esos pequeños detalles te hacen recordar, como decía la Madre Teresa de Calcuta, que en las pequeñas cosas está lo realmente grande. Lo que en verdad es valioso.
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